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Nairobi, Sinai Slum, Kenya
I am a widow and a teacher, and I feel and care for the needy children. I love them as my own sons and daughters. I want to give them a real home and with the basic needs covered.Would you like to help us and make it possible?

Sunday 17 November 2013

Well..looks like we are indeed in the newspapers!!! THE REAL ONES!!!! (thanks to el periódico LA RAZON, thanks to the journalist RICARDO COARASA, thanks to CLARA to make that possible and THANKS TO ALL OUR VOLUNTEERS AND SPONSORS to believe in this project!!
 
 
 
 
 
El suburbio parece no tener fin. Miles de viviendas de chapa, sostenidas unas a otras en solidaria hermandad, se suceden hasta donde alcanza la vista. El suelo es la Madre Tierra, menos madre que nunca, cuarteada por surcos de agua estancada, salpicada de excrementos y basura, mil veces pisoteada en el ir y venir hacia ninguna parte. Y todo a un paso del atolondrado centro de Nairobi. Es, no obstante, una miseria sin estridencias, ahormada a la rutina de los sinfuturo. Por todos lados hay toneladas de zinc, el ladrillo de los pobres; toneladas de resignación en las miradas y, sobre todo, toneladas de injusticia. Estamos en Sinai Mukuru, uno de los "slums" (barrios chabolistas) más poblados de la capital de Kenia, donde más de 100.000 personas se han visto obligadas a hacer de esta trastienda del progreso, su hogar. A medida que nos adentramos en él, las hileras de infraviviendas y kioskos del "township" se van estrechando sobre nosotros hasta que apenas un metro los separa, acentuando la atmósfera opresiva que se respira a cada paso.

Pero, en medio de tanta pobreza, brilla algún destello de esperanza. Como el que ilumina Jane Orifa, una viuda de 52 años que ha arruinado su patrimonio, renunciando a una vida acomodada, por intentar abrir una ventana a la esperanza a los niños abandonados de Nairobi. Su historia, incluso en un lugar como éste, propenso a la desazón, es capaz de arrancar una sonrisa. Orifa trabajaba en una empresa de catering del aeropuerto Jomo Kenyatta de Nairobi y, cada vez que regresaba a su casa se le encogía el corazón cuando se cruzaba con niños de la calle que le imploraban algo de comida. "Algunos me contaron sus historias y nunca más pude olvidarme de ellos", recuerda. En una ocasión, decidió ofrecer su casa a dos de ellos para pasar la noche. Ese día de 2004, sin saberlo, dejó de ser Jane Orifa y se convirtió en Mama Jane, la benefactora de decenas de niños de los arcenes de la vida, que han encontrado en ella su principal motivo para no rendirse.

Un futuro ligado a los niños

A esos primeros dos niños les siguieron muchos otros, hasta que en 2009 "ya no podía mantener a nadie más". Lejos de arrojar la toalla, decidió llevar hasta las últimas consecuencias el compromiso con sus protegidos y ligó su futuro al de ellos, dejando su casa y trasladándose a vivir a este macrosuburbio chabolista. "Ya he vendido todas mis propiedades, dos coches y dos terrenos, para pagar el colegio y otras necesidades", confiesa. Todo para que los niños, huérfanos en su mayoría, tengan comida, un techo, ropa y, por encima de todo, "el calor de una madre". Ahora, con la ayuda de la española Kobo Trust Fundation, una de las entidades encargada de impulsar económicamente este singular proyecto solidario, ha puesto en marcha el Mama Jane´s Project, una red de voluntarios necesaria para mantener vivo el sueño al que esta mujer coraje ha entregado su vida.

El Children Center de Mama Jane en Sinai Mukuru es sólo un puñado de chabolas que en nada se diferencian del resto. Dentro, apenas hay luz y las literas ocupan la mayoría del reducido espacio. Los más pequeños reaccionan con lágrimas a la presencia de los extraños. Nos enseñan su recién estrenado baño comunitario con el orgullo con el que se celebran las pequeñas conquistas en un lugar necesitado de todo. "Me gustaría sacar a los niños del "slum". Merecen vivir en un ambiente más sano, limpio y seguro donde puedan dormir en una cama cada uno, sin tener que compartirla entre dos o tres, con duchas, ropa limpia y espacios para jugar y una cocina donde pudiéramos comer juntos en una mesa grande. Eso me encantaría", sueña despierta Mama Jane. En la isla de Rusinga, en el lago Victoria, ya dispone de un terreno, gracias a donaciones privadas, para empezar a hacer realidad ese anhelo.

76 niños cada día

Derik, uno de los seis hijos biológicos de Mama Jane (en realidad todos se presentan como sus hijos), cuenta que "están aquí hasta que consiguen ganarse la vida por sí mismos gracias a la educación recibida". El centro acoge cada día a 76 niños, a los que se da de desayunar y cenar, pero sólo 43 viven con Mama Jane en el "slum". El resto duerme en sus casas, pues conserva algún familiar cercano que todavía puede hacerse cargo de ellos. Todos estudian, la mayoría en una escuela de Primaria del cercano barrio de Donholm.

Clara Garcias, una de las responsables de la Kobo Trust Fundation, trabaja codo con codo con Mama Jane y comparte idéntica pasión por esta aventura. Sus ojos brillan de entusiasmo cuando recupera para nosotros las historias de niños desahuciados a los que han podido dar una oportunidad, como Eugene Zachary, del que no se sabe la edad exacta (se le suponen seis o siete años) y a quien encontraron en octubre de 2011 cruzando las vías del tren, o como Ian "Onyago", a quien ese mismo año sorprendieron en una rotonda, solo y desnutrido. Clara está orgullosa del aula informática que acaban de estrenar, con siete alumnos, gracias a los ordenadores cedidos por la fundación. "No se quieren ir, está anocheciendo y quieren seguir aprendiendo", asegura. No parece importarle trabajar a diario en una zona tan deprimida. "En un "slum" me siento segura, sé que no me va a pasar nada", dice sin pestañear.

«Quiero que sean quienes deseen ser»

Nos trasladamos a pie hasta la Modern Care Primary School, donde estudian 40 niños de Mama Jane. Los escolares, uniformados, salen a nuestro encuentro con alborozo y buscan rápidamente nuestras manos, buscando ese cariño que, hasta hace no tanto, la vida les ha negado. Recorremos sus aulas de pupitres de madera y pizarras donde, ahora sí, pueden escribir un futuro mejor. Mama Jane condensa en un par de frases la filosofía de su proyecto: "Quiero que sean quienes deseen ser. Tienen todo mi apoyo y les animo a apuntar alto, inculcándoles que, si trabajan y estudian duro, la vida les recompensará". "Estoy orgullosa de todos ellos, de ser la "madre" de tantos niños de etnias distintas y de sentirles tan cerca, de aconsejarles, de compartir comidas y rezar juntos por las noches, de su evolución...". Sus 125 hijos también están orgullosos de ella.
 
 
 

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